Epígrafe


Pues de vastos días de helado sol y ardiente luna

De aquellos valles de amor y lágrimas tomaron esta mi pluma

Y si a los sueños dolieron mis ojos la triste fisura

Las letras esta noche serán quienes me abriguen de la locura

1. Si eres líder ten cuidado en ofrecerte en carne y vida. Pues cuando te apartes de los tuyos ellos no sabrán olvidarte, sino que aborrecerán tu nombre ante el mundo.



2. La fuerza que poseemos en la vida descansa en los buenos valores a los que somos leales.



3. En el momento no atesores el éxito por sí mismo, sino las oportunidades que en ese breve tiempo se presentarán para no volver a ti.




4. El espejo nítido ofrece demasiados detalles para quien en él se ve. Es por ello el peligro de la soledad.




5. La felicidad no es tan solo el mero disfrute de la vida y sus placeres, pues su naturaleza es aún más profunda. La frenética búsqueda de la dicha con el objetivo de suplir el dolor no nos llevará ciertamente a ella, sino a la liviandad de la desidia. Pues la naturaleza de la felicidad es la paz del equilibrio entre la persona y el mundo, y este equilibrio conlleva a ofrecerse a quienes nos quieren y a nuestros semejantes que son la comunidad en la que estamos.
Para quienes intenten encaminarse ciegamente en el camino de la felicidad sin atener a su realidad, les quepará la frivolidad de los cerdos hedonistas.

6. El alcohol es un fino arte que suple pasajeros vacíos. Si es dominado llevará a pequeños deleites. Si es liberado conducirá al dolor y perdiciones de diversa índole. Si es ignorado, aún mejor.





7. La imagen es la razón de los ojos, y éstos no poseen discernimiento propio. La cordura es la razón de la mente que percibe al mundo, no por sí misma, sino precisando de los ojos. Así tal vez en la locura, no en la razón, se halle la llave para observar el mundo mas allá de los sentidos.

8. El crecimiento de la persona es ligeramente comparado con cierto camino de superación. Lo cierto es que los maestros que enseñan esto se basan en que el "yo" debe postergar todo aquello que perjudique a la persona, y el centro del universo pasa a ser un sediento ego. La conquista individual se realiza así a cualquier precio y la paz arrancada por ello es la voluntaria ignorancia sin atener a observar nada que no convenga al placer del "yo".
He aquí la maldad de la postmodernidad.

9. Si del dolor huyes evitando el tiempo, cuando pretendas aprovecharlo éste te evitará a ti.









FRAGMENTO DE UNA VIEJA CARTA


... " Nado sobre un mar amarillo y burbujeante. De a ratos he de tratar de olvidar y ahogar en este líquido lágrimas sedientas de dolor.

No comprendo tu risa, nunca he descifrado tus ojos. Hubiera dejado mi vida solo para entenderte, mas no puedo. Quizás eres compleja, o mas sencilla de lo que creemos tu y yo. Quizás una vez erigiste un muro alrededor. Cuando la vida se te presentó de manera amarga y marcó el camino de la ausencia. Entonces, tal vez, fuiste alzando, ladrillo por ladrillo, una ciudad entera en la cual te sumiste. He deambulado por tus calles de rosas sin encontrarte, sin saber donde hallarte." ...

... "Te ruego que soples tus besos sobre mí una vez, a la distancia. Y digas mi nombre a las estrellas alguna noche. Yo prestaré mis oídos al cielo para escucharte." ...


MIS MEMORIIAS SUTILES

Será un momento cuando las estrellas de tus noches,
ya no sean azules.

Así las cartas de cielo que labras cuidadosamente,
en tu piel se quiebren.

Entonces despertarás dentro el lánguido sabor,
de silencios que sienten.

Y de mis reflejos contemplarás el áspero interior,
de pensamientos hirientes.

El naciente jardín de todas las almas que aspiran,
las soledades florecientes.

Será dentro de un instante carente de tiempo,
el espacio de este amor inasible.

Porque eres tú quien alimentas y das vida con tu hermosura,
a mis sutiles memorias la dulzura.

DESEO

Deseo

Describirte dentro de la triste melancolía de esta mañana
Hallar en mis letras la exactitud
El saber expresar la cifra armoniosa que esconde tu real nombre


No diluirme de tus años
Tal como en el tiempo desaparecen las estrellas
Ante el nacer del día dentro de un sol resplandeciente

Dar aliento a viejos deseos
Aquellos que juntos compartimos
Evitar que languidezcan en la
inevitable luz que nace

Deseo

No terminar siendo el único quien en el tiempo aún aguarde

Mis manos
Conservan la viva esperanza de tu piel
Conocer de tus labios el sabor
De un abrazo
De un aliento

Deseo

No fenecer
Ocultarme en las entrañas del mundo

Y si en este momento hallara la palabra exacta para decirte
Decifrando el húmedo color de tus almendradas pupilas

Tal vez...




Mis memorias sutiles

Será una momento donde las estrellas de tus noches
No sean ya azules

Así las cartas de cielo que cuidadosamente labras
En tu piel se quiebren

Despertarás entonces dentro del lánguido sabor
De silencios que sienten

Y de mis reflejos contemplarás en áspero interior
Los pensamientos hirientes

Creciente jardín de todas aquellas almas que aspiran
Las soledades florecientes

Será dentro de un instante carente de tiempo
El espacio de este amor inasible

Porque eres tú quien alimentas y das vida con tu hermosura
A mis sutiles memorias la dulzura

El río de ciervos y pumas (cuento)



Sé que los sueños habitan, cohabitan con retazos de una realidad que nos fue propia y a la vez ajena (pues nada de lo que es en este mundo es enteramente nuestro, al menos en estado consciente). Sé que ellos, los sueños, reviven espacios del tiempo de una manera difusa. Pongo el ejemplo de un pintor surrealista, que derrama sobre el lienzo resquicios de ideas, pensamientos para así formar un todo complejo. ¿Pero que es ese todo? ¿Alguien puede decir qué es lo que realmente plasmó Salvador Dalí en “La memoria del tiempo”? Muchas veces he contemplado ese cuadro, y aún más veces lo he interpretado de maneras distintas. Y, más allá de la pedantería intelectual de la mayoría de los críticos de arte (cuya ciencia se define con la misma palabra seguida de “ego”) me he preguntado si ése cuadro quiere ser interpretado.
No hay daño más severo a la razón que buscar la explicación a las cosas. Pues nada es más intrincado y tortuoso que el camino mismo hacia la razón. Muy feliz he sido cuando me he quedado a un costado, mientras veía cómo otros avanzaban abnegados hacia una meta distante, convencido que la mayoría jamás alcanzaría ni la mitad del trayecto. Inclusive tuve la firme convicción que ninguno de ellos llegaría jamás hacia donde deseaban.
En este sentido seguro que, de los que me están leyendo en este momento, ya habrá más de uno que me acusará de cínico. Pero no es así. Yo no creo en el desapego a la vida y las manifestaciones de ella; sino que la amo, de una manera profunda, por lo que me dedico a contemplarla. Quizás, y digo quizás porque aún no estoy cerciorado de ello, lo que estuve haciendo es buscar un atajo. Un camino alternativo que me conduzca no tanto a la meta que multitudes ansiosas persiguen, sino también a encontrar una suerte de sendero alternativo. Alguna esquiva y perdida huella que se adentre por escabrosos terrenos en donde, a cada descanso de mi andar, me permita recoger los símbolos que necesito para interpretar, por ejemplo, un cuadro de Dalí.

Una ciudad destruida, mejor dicho, derruida por un tiempo que la fue sepultando bajo soles, lunas y viento. Aquí nace el sueño que quiero narrar.
La maleza crecía entre las paredes sin techo, y vagas calles empedradas se confundían con el moho y la tierra. Quienes habían habitado este lugar ya no estaban; y la naturaleza pura e inentendible regresaba nuevamente a sus dominios, devorando lentamente todo aquello que los hombres alguna vez habían alzado con sus manos. Por toda la extensión de esta tierra el agua de a poco lo reclamaba todo. En ese lugar, donde la soledad de un atardecer diáfano hacía vibrar aún más los mil sonidos del mundo, me encontraba yo. Desnudo, sobre una piedra que se erguía en espigada orilla hacia lo profundo de un río. Estaba de cuclillas, no observando el cielo sino avizorando el espectáculo de los seres vivientes que se conducían en el profundo lecho de las aguas.
Me recordó esto un viejo episodio de mi vida, una misma y hermosa tarde cuando nadé en un arroyo profundo y perdido en lo más recóndito de la selva misionera. Un día de mariposas y de sentir que pequeños peces mordían mis piernas mientras trataba de llegar hacia una piedra. También rememoré un lugar de mi niñez. La ladera de una pequeña sierra donde, de una lado se extendía un campo de pasturas altas, y del otro una fila de altos árboles todo dividido por una profunda zanja por la cual corría el mismo agua que estaba viendo en ese momento. Como todo sueño, se entrelazaban memorias mezcladas con sentires de una vida.
La punta de mis dedos llegaba a tocar la superficie del líquido, estaba frío. De alguna manera esperaba el momento de abalanzarme hacia delante y seguir la dirección hacia donde iban todos aquellos extraños peces. En Mato Grosso do Sul vi (en un museo valga aclarar) espantosos peces disecados. Con formas propias de esos seres prehistóricos de escamas voluminosas y fauces abisales. Recuerdo sus cuerpos enormes y sus aletas puntiagudas, y todas esas criaturas aún podía encontrarse en los ríos pantanosos de esas tierras. De la misma manera veía esos peces ir e ir hacia una sola dirección. Viajaban zigzagueantes en la misma dirección del río. Denoto también que tenían los labios gruesos y enormes bigotes como tentáculos que arrastraban. De alguna manera empezaba a sentirme un pez y, de un momento a otro, me abalanzaría con ellos para seguir ese rumbo incierto, pero con un final cierto: El infinito mar.
Pero de pronto pensé ¿Qué era la ciudad que estaba a mis espaldas? ¿Por qué el río había nacido allí y ahora estaba yo pobre y desnudo a punto de desaparecer entre monstruos? Sueños dentro de otros sueños. Ya había estado en esa ciudad. Era la misma que había construido con los años mezclando todos los lugares donde había vivido y conocido. Cada edificio, puerta y esquina me traían un recuerdo de otro sueño, sueños y pesadillas viejas. ¿Este sueño hablaba, quizás, de mi muerte?
Nada más tentador que dejar las consecuencias de la vida a aquello que llaman “destino”. Nada más fácil que convertirme en un ser de escamas voluminosas y fauces abisales.

Entonces me di cuenta que estaba equivocado. El río era aún más profundo de lo que pensaba. A lo lejos, apenas nítidos, unos cuerpos atravesaban la corriente de una orilla a otra, aún debajo de los peces que somnolientos nadaban hacia la nada. Ellos, estos nuevos seres, no estaban preparados para vivir bajo el agua, como yo. Precisaban del aire para vivir, como yo. Sólo se aventuraban en lo más profundo para ir desde una lugar a otro, de una orilla a la otra. Distinguí sus cuerpos rígidos y sus cuatro patas que se movían enérgicamente en esos abismos de agua fresca y verdosa. Comprendí entonces que si hubiera seguido viendo a esos peces que me inspiraban temor, y no me hubiera dado vuelta para ver la ciudad en ruinas a mis espaldas, jamás hubiera distinguido no sólo a esos seres que nadaban de una orilla a otra, sino que no me hubiera dado cuenta que el río era aún más profundo de lo que pensaba.
De un lado, cerca de mí, las nuevas criaturas salían del río a adentrarse dentro de la ciudad. Por la otra orilla salían desde las profundidades, mojados, para adentrarse en el bosque de altos árboles y la pequeña sierra tupida de vegetación. Como innumerable era el número de peces, también eran innumerables el número de ellos. Eran ciervos y pumas que hacían un camino sin fin. No dejándose llevar por la corriente eterna y constante del río, no siguiendo esa ruta pétrea de los peces como si de un destino trágico se tratase. Sino yendo desde una ciudad muerta hacia la espesura del bosque y viceversa. El río sólo era un momento de su camino, no el rumbo innegable que debían seguir.
Entonces no me sentí pez, sino me sentí que era como ellos, que ellos eran yo. Que yo era un ciervo y un puma. Dos criaturas que existen una para devorarse a la otra, dos seres que viven, uno para pastar lo que la naturaleza hace florecer, otro para devorar la carne que crece con los años. Sentí que yo era un ciervo y un puma, pero debía darme una tregua para atravesar aquel río, dejar un momento de acecharme a mí mismo para devorar lo que la razón había construido. Así, debía dejar la ciudad que estas mismas manos habían destruido, pues lo que creí comprender como una realidad compleja sólo había sido un retazo de ella. Para eso estaba la otra orilla, esperándome en la pulcritud de su salvajismo. Porque quizás, algún día, yo debería hacer la ruta contraria desde aquella orilla a ésta.

LAS LETRAS QUE HACEN MI NOMBRE (poema)




Dentro de estas paredes
He escrito las letras que forman mi nombre

Con solo dos ladrillos que formaron una pregunta
Emprendí la penosa obra de construir la longitud de mi camino

Fabricando una a una las plumas de piedra
Que usé para tallar el lecho donde descansan mis sueños

Siendo el maestro
que habló con voz de sombra
Y el mejor alumno que supo aprender de sus silencios

Crecido tejiendo con manos cual dos arañas
La intrincada infinidad de hilos que a mi confuso pensamiento concibieron

Dibujando el bello rostro que al siguiente día
Ha de atravesarme el corazón empuñando una daga de hielo

Aquí he aprendido a respirar el aire azul y negro
Que por las noches vida a mis amadas flores de tinta dieron

Así me he dedicado a buscar entre las estrellas
Las razones que a mi muerte una tarde de octubre hicieron


Una vez planté la semilla de un frondoso árbol
Siendo sus ramas las que volviéndose contra mí orgullosas crecieron

Adentrándose a robar el intestino alimento
Prestas a despojarme de las entrañas del alma frutos grises dieron

Dentro de este espacio de polvo y luces de humo
He escrito las mil letras que componen mi nombre

LA CIUDAD DE LAS NUBES (poema)


Amanecían las nubes ante la luz, mientras el aroma fresco del viento disipaba la niebla de la faz de la tierra.
Varios colores se distinguían en lo alto, verdes y marrones de diversas tonalidades perduraban ante las manchas rojas, grises y azules.

Este lugar, o mundo, hacía que las sensaciones se experimentaban de otra forma.
Nada aquí era perceptible de la manera que lo era en los campos y ciudades del otro lado.
Una extraña precisión geométrica seducía el más avezado escudriñamiento. Números que se hacían propios parecían esconderse tras la esencia de las cosas.
Era cual si el agua suspendiese el ambiente, y los movimientos aparentasen la forma de pétalos descriptivos danzando el sonido del cielo en el aire.
Todo se sentía en el mismo instante y no percibidos por la vista y el sonido. Llegaba a mí la rugosidad de la superficie de los árboles, saboreaba la pureza de los manantiales sin beberlos, observaba debajo de las piedras sin levantarlas...

Y habitaba en un inmortal estado de quietud donde la sensación de libertad y ligereza de cuerpo empujaba la curiosidad de seguir viajando por una extensión que por ser tan perfecta no precisaba del infinito.



Así empiezo diciendo que nuestro tiempo concedido sea el suficiente para meditar sobre las acciones y hechos sucedidos. Pues las distancias no son necesarias cuando deseamos que nuestros ojos se pierdan en un horizonte.

De pequeño mis maestros me enseñaron que la escritura da inmortalidad a las palabras, y las palabras que hoy dicen son el hombre mismo que las pronuncio alguna vez.
Además las letras son las únicas que podrán estar al real servicio de quien las crea, y servirán a sus hijos y a los hijos de sus hijos por vivencias, errores y lecciones iluminan el ejemplo de los que están y los que vendrán.
No soy de los que creen que el destino nos demarca la huella inmutable de los que jamás podrán apartarse de una suerte echada por algún caprichoso juego entre desaprensivos dioses.
Sino soy de los que sostienen que son nuestras manos de carne las responsables de nuestras consecuencias últimas, y será nuestro propio andar quien determine la impronta final de nuestros pasos.

Llega el momento en que empezamos a escribir de alguna forma u otra sobre nosotros mismos. Y sea sólo en el pensamiento, la palabra o las letras donde finalmente tratamos de definir que fuimos en la existencia que forjamos.
Cierto es cuando descubrimos que nuestro ir y venir en la vida esta en próximo término, así llegaran las horas de profundas reflexiones y acalorados arrepentimientos.
Y llegado el instante en que despertamos en meditar recuerdos, es donde tomamos conciencia final del lugar que habitamos.
Deseamos un sueño imposible que corone nuestra muerte, esta es la esperanza inherente a todos aquellos que guardamos sentimientos en nuestro interior.
Como así bajamos la vista ante la culpa y la tristeza, alzamos la mirada ante el orgullo y la felicidad.

Para ello creemos en los abismos y en la perdición de naturalezas diversas, las esperanzas descansan en el cielo de un sueño que jamás cesa de esperarnos.
Habitamos en nuestras propias ciudades, no las que construyeron las generaciones que nos antecedieron, sino en las urbes que alzamos ladrillo a ladrillo en las montañas de hechos y momentos que construimos con los años.
Somos el pueblo de nuestra tierra, reyes de nuestro reino y prisioneros de nuestros muros.
La historia define cada detalle de nuestras ciudades, es la acumulación de innumerables experiencias que se sucedieron una y otra vez en los años tangibles de la existencia.
Pero así como en la diversidad hay confusión, en la riqueza hay perdición.
Añoramos una realidad tal que nunca será igual a quienes la aguardamos. Pues la suma de los deseos es indicar cada una de las gotas de la lluvia suspe
ndidas un mismo momento en la tormenta.
No hay guía que nos ubique en las calles y caminos que se alzaron en la suma de nuestras experiencias. No hay maestro que nos indique el punto de inicio donde levantarnos y la llegada donde al fin rescostarnos.
Así pues estamos condenados a deambular dentro de las ideas y los espacios sin razón que se suceden entre ellas.
Y lo peor será a quienes no hayan construido a partir de sencillas bases. Pues su campo será fértil, y florecerán las semillas de tal manera que jamás conocerá toda la vida que brota en su tierra.

Así termino mi relato ante el resplandor de un nue
vo día. Aspiro las brisas que me traen lentamente la claridad del alba.
No seré la guía de infortunados ni en mi palabra escrita habrá enseñanzas ciertas para los extraviados.
Más hoy seré libre mientras habito la tierra que al cerrar mis ojos descubrí, la ciudad de los símbolos que a cada momento se extiende sobre mí.

PÁJARO DE LOS SUEÑOS (poema)



Ven a mí pájaro de los sueños y álzame en vuelo tranquilo
Deseo cruzar mas allá de las negras montañas de la realidad
Donde no se escuchen mas ruidos que los vientos del infinito

Acércate a mi lado esta noche y dime ave de la soledad
Quién fue el primero de los dos que fue a buscar lo profundo
Engañándonos que nos adentrábamos en caminos de libertad

Creo percibir a lo lejos sutiles asonancias melancólicas
Avanzar bajo la luna en medio de sombríos espacios
Palabras tristes navegan envueltas en plumas taciturnas

Posado en esa hoja de luz dime las estrofas sin sentido
Protégeme de esas esperanzas llevándome contigo
Apiádate de estos cansados ojos y abrígame en tu cálido nido

EL DESCENSO (poema)



Si los días me fueran contados
No por números en un papel
Ni fuesen los soles y lunas que transcurren sobre mí
Marcara la suma absoluta de los instantes
Sumara los espacios que imagino
Recordara la desalentada miel que me alimenta

Si saliera desde dentro de mi piel

Y ofreciera mis ojos a la grata efigie de la luz
Caminara sobre las piedras que dibujan la vorágine del mundo
Vivera junto a esos que a sí mismo se llaman
De mis cabellos las pústulas crecientes compartiera
Abriera mis manos hacia el descenso del destino

Si abriera la oscura puerta que me cobija
Desnudara el aroma que la soledad conserva
Mezclara las ideas que en silencio me atormentan
Liberara aquellos sueños que los años cimentaron
Dejara salir la palabra
Y el aire

Si renunciara a la íntima devoción
La incertidumbre de la oscuridad misma

Desacreditara a los que ahora me buscan
No aguardara del amor su amargura
Apartara de mis labios el líquido sabor

Relegara de mí el temor


La niebla que respiro de mis sombras se iría
Llegaría desde los lejos abatido por sus voces
Así no existiera la sinuosa infinidad que me ha postrado
Cuando el último suspiro iracundo a mí llame
No hallaría el cálido refugio
Del dolor

OMA (poema)


Sé que estas ahí

Esto es lo primero que en mí puedo pensar
Ya que mi vida se manifiesta de esta manera
En un sentido más que una idea.

He sido emanado
Pronunciado
De tu boca

Así de inmediato tengo la conciencia
No de que existo
Sino que tú te encuentras a mi lado.

Es tu aliento divino qu
e fluye en lo eterno
Es tu soplo de vida que
penetra en mi interior y
A cada sonido que dices
Me llenas del calor necesario para así formarme

Siento entonces lo que soy
Percibo mi cuerpo
Cuando advierto el camino que adopta la brisa de tus labios
Allí comprendo la extensión de mi ser en el espacio

Despacio

Entiendo lo que son las formas
Las delicadas curvas y direcciones que éstas adoptan
Sé lo que seré de en ahora en más

Hasta que tú lo decidas.

Pero

Antes que tú te vayas y asciendas a los abismos
Antes que te retires a tus hogares infinitos

Sepulcros de tiempos encerrados en recuerdos
Hubiese querido yo dec
irte muchas cosas.

Antes que mis pies yerguen este cuerpo sobre la tierra desnuda
Antes que mis manos sean encomendadas a la palabra
Y mis ojos confiados a las aguas del silencio

Hubiese deseado que comprendas

Te agradez
co
Aunque te vas
Y no tendré la oportunidad de decírtelo con mi propia lengua
No podré usar la visión de mis manos recorriendo tu piel

Recuerdo que estabas a mi lado
Juntos sobre una piedra
Cuando las tinieblas de hielo de disipaban
Y yo nacía


Mi primer recuerdo fueron
tus dulces labios
Susurrar un sonido de lágrimas y afonías
Me decías algo
Cuando apenas yo empezaba a existir

No sé si fue el conjuro de mi creación
O el secreto que esconde tu lejano interio
r
No lo sé
Pues cuando al fin fui yo mismo
Y por primera vez giré mi cabeza para llamarte...
Desplegaste violentamente tus brumosas alas
Y fue ta
rde
Pues ya te
habías ido.

APOLOGÍA DE LA SERPIENTE ALADA o LA FISTULARIA (poema)




Alguna vez evocábanse inmortales recuerdos
Estrellábanse reflejos emanados de enfrentados espejos
De la mar veíase su fosa abisal llorar

Erguíase orgullosa la soledad cual pétrea ausencia
Aquejaba este sitio de carne su única presencia
Reptando en silencios milenios de pérfida espera

Un fino hilo serpenteaba entre dos mundos
Delgadas líneas rumbo a innumerables vacíos
Sagradas cuerdas que a estrellas enteras mantienen sujetas

Cuando llegóse a mí fluctuando en estáticos espacios
Increpando al destino de ánimos acuosos
La fistularia ondulante de las arenas de los tiempos

Nada aquí había violado el cruel mandamiento
Dejarme como el único poseedor del don del movimiento
Profanaba ella la palabra de aquel infausto dios del viento

Atendí a ver la puerta luminosa que junto a mí se abría
Que era el lugar hacia donde presta se dirigía
Estallaba de luz y a todo mi ser de incontinente fulgor hería


Extendí mi mano a aquel pórtico deseando al nuevo sol tocar
Y de todas las maneras bajo el fuego hízome quebrar
De forma que no hallo bien como expresar

Diré que eran como campos vastos extendiéndose en perpetuos siglos
A sempiternos ámbitos carentes de tierra sus cielos
Flotantes nubes grises derramadas de la fisura líquida de los sueños

Y hubiérame quedado la eternidad a ese resplandor contemplando
Si la serpiente a mi lado no viniere pasando
Rozándome e ignorándome a la abertura se fue cruzando

Pues cuando el último rastro de mis pies las huellas borren
Resquicios de ojos hablantes algunos hombres evoquen
Consumido el aire memorias ajenas finalmente expolien

Y dejaron durmiente las finales voces de mi simiente
De aciagos maderos la bruna asonancia de lejanos llantos
No hallaran los huesos ni sabrán esos ecos por estos pasos dejados
Medité mucho sobre lo acaecido. He pasado unos días repasando cada una de mis acciones antes de que se sucedieran los hechos ya conocidos. No es mi propósito que este escrito sea solo una disculpa, pero igual no entiendas que no estoy dispuesto a ofrecértelas si tu quieres. De todas maneras te aseguro que cualquier sentimiento que tengas a mi persona se verá lavado. Pero mi mayor objeto es que conozcas los hechos como sucedieron a través de mi más ferviente sinceridad. No te ocultaré nada, sino que sabrás desde mi punto de vista lo que sucedió.
Antes de decirte nada, te aclaro que tengo las cartas guardadas y te aseguro que no las he utilizado desde esa vez ni tampoco las volveré a usar como verás.

Lo conocí una noche en la plazoleta cerca de donde vivía. No me lo presentaron, sino que el tipo se me acercó cuando los dos estábamos solos en asientos de madera separados. Por esos tiempos yo no estaba atravesando la mejor situación, y vivía recluido en ese feo departamento que alquilaba. Cuando no tenía clientes me iba de vez en cuando a sentar en algún lugar verde para no tener que quedarme mirando a las paredes de mi habitación. Como los dos andábamos necesitados de amistades hicimos como si congeniáramos y de en adelante nos hicimos amigos.
Me contó de sus viejos divorciados, de vos y tu otro hermano, de las personas que no lo querían, entre otras cosas. No me sorprendía, después de todo en lo que me dedicaba estaba acostumbrado a enterarme de cosas así.
Quiero que no te quedes pensando que no te quise decir todo de lo que él me relató. Nada me guardé que no recordara cuando hablamos. Él era como un espíritu frágil que vagaba por la calles en busca de un consuelo inalcanzable. De lo que tengo certeza es que nunca conocí a una persona que tuviera tantas ansias de ser feliz. Podía enternecerse con cualquier cosa y distraerse en cosas aburridas con tal de pasar el tiempo. Ésa primera vez que hablamos me contó de que lo habían vuelto a echar de su casa y se estaba yendo a otra, donde seguramente iba a pasar unas semanas antes de que lo volvieran a echar para volver a ir de donde vino. Cuando me detallaba esto se reía, le parecía divertido vivir de esa manera.
Me parecía gracioso el gorrito que usaba, de forma abovedada y de muchos colores. Me contó que vos se lo regalaste, pero no sé si en verdad no fue que te lo robó. Te cuento de que me olvidé de dártelo, ya que yo lo tengo. Resulta que fue con esto que él me pagó cuando se vino a hacer la consulta con las cartas, la última noche que lo vi. Como nunca tenía dinero dio eso. Yo lo estuve usando siempre, ya que, a pesar de que me resultaba un adorno ridículo, me parecía bonito.

Admiraba la forma que tenía de mezclar las emociones. En su inmadurez había conseguido conjugar perfectamente dos extremos. Llevaba las paroxismos desde un punto apacible hasta aguzarlos por límites apenas soportables. Lo podía ver elevado en locuras de felicidad, y al rato sumido en el mas profundo dolor. Todos pensaban que esto era por su corta edad sumada a la locura, pero yo nunca lo creí así. Era solo una forma de experimentar la existencia, una manera muy valiente por cierto. Porque pocos están capacitados para jugar con los extremos continuamente. Pero lo más sorprendente eran sus pausas, estados indefinidos que entregaba a veces a una rara meditación. No era que fuera un gran pensador, pero creí advertir que tenía una virtud rara y que admiraba mucho: era el estarse por mucho tiempo en la nada.
He pensado en él como un explorador. No de ideas, sino de sentimientos. Experimentaba con él mismo sus intensidades. No sé de que manera esto le pudo haber sido útil, tal vez era solo su forma de ser.

Cuando deducí esto de su personalidad es cuando decidí hacerlo. Aquí entonces empieza el camino de mi culpa, lo que no te supe decir la otra vez. ¿Por qué lo hice? Lo cierto es que no lo sé bien. Pero lo que sí te puedo decir es que yo no sólo le llevaba a él años de ventaja con respecto a la edad.
La real diferencia entre los dos era que yo había dejado de esperar. No deseaba de ninguna manera un mañana radiante, sino que me había entregado a los caminos inciertos de la desazón. El haber alcanzado este estado me hacia de cierta manera menos vulnerable. Podía experimentar cualquier cosa y no dejar que me afecte, ni siquiera la vida de los demás, tanto lo que les pasara por el destino como lo que yo les pudiese hacer. Ahora comprendo en lo que me había transformado, y eso te lo tengo que agradecer a vos.

No te ofendas si te digo que el mayor dolor que siento ahora no es tanto que él ya no esté, sino para mí es el saber que no podré guardar ninguna esperanza contigo, pues sé que te he perdido. Fuiste muy clara cuando te despediste de mí en el puente, recuerdo bien tus palabras y lo que me señalaste en ese lugar.
Quizás no sea la ocasión para confesártelo, pero no tendré otra oportunidad para hacerlo. Pero lo mismo ya lo debes saber, después de todo los hombres cuando intentamos ocultar lo que sentimos terminamos siendo evidentes.
Recuerdo esa tarde en que te quedaste mirando a todos lados, sorprendida, querías saber quien había sido el que te enviaba el regalo. Esa flor que te dieron en la plaza, cuando un niño al que le había pagado para hacerlo te la llevó, esa flor era mía.

Pero sigo no escribiéndote lo que hice, o mejor, lo que le dije a él en esas noches en mi departamento, particularmente la última. Tus amigos trataron de arrancarme de muchos modos esta respuesta, pero yo me negué de todas las maneras posibles. Lo que pasa no es que no lleve culpa conmigo, pero no soporté que ellos se asumieran como inocentes de todo lo que pasó. Más a ti si te lo diré:

He aprendido a llevar conmigo todo un edificio de pensamientos negros, asumí que lo que guardo en mi interior soy yo mismo y dejé de luchar para sacármelos de encima. Después de todo es lo que soy. Pero mi experiencia es solo particular, y sé que otra persona, más si es sensible, no soportaría llevar mi carga.
Lo que no me explico es como no me di cuenta que él estaba de a poco absorbiendo de veras las cosas que le decía. Yo nunca quise ser una especie de maestro para él, pero jugaba malignamente a que si lo era. Estoy tan acostumbrado a que nadie me preste atención que creí que él también lo haría. Pasaron, vaya casualidad, veintidós días en que fue a verme todas las noches. Cada vez yo le ofrecí un camino distinto, pero que siempre tenía como destino el mismo lugar, que es precisamente a donde fue luego.

Debo admitir que lo admiro, pues él hizo lo que precisamente yo no me animaba a hacer. Recogió pacientemente mis justificaciones y las llevó a la práctica esa mañana. Me contaron que lo encontraron al lado del tronco que está bajo mi ventana, mojado por las gotas frías de la llovizna. Hay versiones contradictorias de los vecinos, sobre que había alguien que estaba con él antes o en el momento de que lo hizo. Te juro ante todos los cielos de que no estaba allí, si había alguien ahí yo no era. Sé que las descripciones concuerdan conmigo, la misma policía no me cree, pero esa mañana yo me encontraba escondido a muchos kilómetros de distancia.
Me había ido a mi pueblo natal. La verdad es que trataba de desconectarme de todo el entorno que se había creado en ésas semanas. Así que permanecí aislado de todos ustedes con el consuelo ingenuo de no saber nada de lo que iba a suceder. Hace poco Matías me dijo que dieron conmigo gracias a otra persona que había ido a buscarme. Éste anónimo sujeto fue guiado por los rumores que se despertaron cuando se hizo público que yo estaba en el medio del asunto, y mandando una carta con un nombre falso les indicó en donde me ocultaba. Te agradezco el que no le hallas dicho que fuiste tú.

Creo que todo terminó cuando no supe interpretar la combinación de un arcano. Todo se me hacía más simple cuando no estaba, inclusive llegaba a sacarla del manojo para no tener que encontrármela. Pero no pude seguir haciendo eso, ya que, después de todo, desde hace siglos ella acompaña al resto. En sí ésta no representa nada en particular, sino que define un estado de incomprensión del individuo. Una de las pocas maneras de interpretarla era un viajante que se anda desorientado por la vida, caminando hacia un lugar que casi no sabe. Nunca estuve de acuerdo con quienes la interpretan como un camino hacia un estadio superior, como la evolución. Tampoco le agrego el valor de la indiferencia, pues el individuo que esta grabado en la carta siempre lo contemplé como alguien sensible y afecto a observar el mundo que le rodeaba. Estas solas conclusiones que saqué me son suficientes para concluir que nadie mas que yo puede dar una interpretación mejor a ese arcano. Hasta aquí podría decirse que algo sé sobre ésta carta, pero el problema es que se me presentaba acompañada por otras. Entonces me sentía perdido, ya que al solo ponerla junto a las otras les vaciaba de significado, dejándome sin nada que decir. Como nunca pude responder las consultas cuando se me presentaba esta situación, lo único que hacía era rogar de que no apareciera. Para eso sabía hacer tres tiradas con cuatro cartas, si en la primera aparecía de inmediato recogía todo y tiraba de vuelta. Sólo una vez se me había aparecido dos veces seguidas, pero a la tercera vez no aparecía más.
Pero cuando se las tiré a él la primera vez se me apareció tres veces. Ahí estaba la maldita carta acompañando a, entre otras, la número trece. Le dije que la tirada era confusa así que volví a mezclarlas. A le segunda vez volvió a aparecer, siempre al lado de la trece ¿Cómo podía decirle algo? No podía ni empezar a deducir los que me decían los arcanos si tenía que empezar a leer la número veintidós y la trece. Intenté por tercera vez y volvieron a salir. Entonces tuve la infeliz idea de inventar una interpretación y mostrarle uno de mis más oscuros razonamientos. Lo miré fijamente a los ojos y le pregunté que es lo que veía. Él se quedó por un momento confundido y no supo que decirme. Yo me aproveché de la situación y le pedí de que no aparte su vista. Se puso nervioso e hice que ese instante se prolongara. Por primera vez advertí que se desarmaba interiormente, parecía que no tenía la capacidad de salir de ese momento. Noches continuas de escucharme sumado a este momento habían surtido efecto, él terminaba de quebrarse. Sin decirme nada me rogaba que lo dejara ir, más yo no lo dejé hasta que tuve la completa seguridad de desmantelarlo. Cuando las primeras lágrimas empezaron a correr por sus mejillas me di por satisfecho. Me acuerdo de sus pasos tambaleantes cuando lo acompañé hasta la puerta para que se vaya en medio de la madrugada.

Una de las maneras en que expié parte de mi error fue que no me quisieron mostrar, ni siquiera decir, lo que contenía la esquela que escribió Pablo antes de hacerlo. ¿Qué decía? Me he preguntado incontables veces si él no se refería a mí en ella, si al menos me nombraba o si la misma estaba dirigida a mi persona. Tu, a pesar de mis súplicas, no me quisiste decir nada. Igual que los otros, guardaron de manera implacable un pacto de silencio.

Estoy escribiendo esto delante de la silla que ocupaste hace tres días, y te cuento que ya he arreglado todos mis asuntos personales para hacer lo que me recomendaste.
Arrojaré las cartas en donde me dijiste que lo haga. Pero haré justicia dejando aparte la número veintidós para poder acompañarla.